El japonés era, pues, una lengua sin
escritura o ágrafa hasta la llegada de los ideogramas chinos, los kanjii,
cuya introducción no se documenta hasta en el año 538, aunque sin duda,
eran conocidos por los japoneses con mucha anterioridad. Por ello, las
primeras muestras de literatura japonesa pertenecían a la tradición
oral. Su origen, como el de otras culturas, se remonta a un conjunto de
ritos donde folklore y religión conformaban una rica y antiquísima
tradición oral. Alrededor del año 300 a. C. se documentan narraciones,
canciones y danzas populares sobre los ciclos del cultivo del arroz que
celebraban ya la llegada del dios en primavera o su despedida en el
otoño. Con el tiempo estas canciones y relatos serían recogidos de
manera escrita, formando parte de las primeras producciones literarias
como el kojiiki, Nihonshoki y Fudoki o de las representaciones de teatro kabukii y el teatro no.
Una figura importante en esta tradición oral primitiva fue la del kataribe.
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